Fraude

Tom Valle, en otro tiempo figura central del SoHo y de varios barrios neoyorquinos elegantemente abreviados, se convirtió en un paria periodístico tras fraguar más de cincuenta historias. Judicial y personalmente eyectado al remoto pueblo de Littleton, California, el otrora rey del periodismo en la Gran Manzana debe conformarse con cubrir esporádicos actos escolares, aperturas de salas de primeros auxilios y festivales de mala muerte.

Hasta que la monotonía de la prensa pueblerina de segunda mano se ve extrañamente sacudida. La autopsia a una victima de un accidente de tránsito revela una peculiar carencia anatómica: el sujeto en cuestión está castrado quirúrgicamente. En ciertos estados norteamericanos, los depredadores sexuales pueden evitar ir a prisión si acceden a volverse “menos peligrosos”. Esto no se logra mediante sesiones psicológicas, sus testículos deben ser extirpados. Todo podría haberse detenido en ese momento, pero la caprichosa necesidad de seguir su regla de oro, “aunque alguien no tenga ganas de hablar, debes tener ganas de preguntar”, hizo que la impávida existencia de Tom diera un giro trascendental.

¿Cómo puede una persona blanca tener la composición ósea de alguien de color? ¿De qué modo se relaciona un incidente vehicular con la destrucción de una represa hace más de cincuenta años? ¿Es posible que una ciudad entera haya desaparecido gracias a pruebas nucleares y que el mundo jamás haya sabido de ello?

“Éranse una vez dos pueblos. En uno la gente decía siempre la verdad. En el otro, la gente siempre mentía”.


Texto: Damián Serviddio

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