Sé lo que estás pensando

Gurney es un detective de homicidios recientemente retirado del departamento de policía de Nueva York. A pesar de su probado desinterés por el mundo de la cultura en general y del arte moderno en particular, no dudó en aceptar la propuesta de una curadora para armar la exposición “Retratos de los asesinos por el hombre que lo detuvo”, una serie de fotografías retocadas de forma digital que devolvía cierta intensidad a los rostros de prontuario. El proceso es simple, tomar imágenes de las fichas policiales, potenciar y clarificar los rostros y de esta manera poder capturar y reflejar la naturaleza bestial de esos hombres que quitaron vidas como parte de su raid delictivo. En eso se encontraba trabajando Gurney cuando Mark Mellery, un ex compañero universitario, llama en busca de ayuda.

Mark, ahora convertido en gurú new age, recibió una carta que lo incitaba a pensar en un número cualquiera entre el uno y el mil. El misterioso redactor asegura conocer tan bien a su interlocutor que le demuestra que dentro de otro pequeño sobre adjunto encontrará ese mismo número. Al abrir el sobrecito, el número 658 brillaba escrito en tinta roja. ¿Cómo pudo adivinar la cifra si la misma fue elegida al azar y no guarda relación con ninguna dirección, código postal, teléfono, fecha, patente o cumpleaños? Aquí es donde la experiencia de Gurney entra en acción. Sin embargo, una botella de whiskey rota precipita el desenlace de la investigación, adentrándonos en una segunda parte aún más inteligente con pistas que parecen mofarse de la incompetencia policial.
Pisadas que conducen a ningún lado, casquetes de balas ocultos y montones de colillas de cigarrillo sólo desconciertan al detective, hasta que una llamada desde el Bronx brinda nuevas alternativas. ¿Podría ser posible que nuestro meticuloso homicida este cometiendo más crímenes en la Gran Manzana?

Descripto por John Katzenbach (autor del best seller El Psicoanalista) como un thriller "sólido, compulsivo y lleno de giros brillantes", esta primera novela de John Verdon es una de las mejores historias de suspenso del año. Quien fuera creativo de varias agencias publicitarias hasta que decidiera mudarse al norte del estado neoyorquino, donde escribió esta obra, sabe cómo dosificar los datos que pueden ayudarnos a resolver el caso. Está todo tan calculado, medido y pensado que es casi imposible como lector deducir la verdadera personalidad del asesino. Por último, vale destacar la habilidad del escritor para poder situarnos en el contexto que está narrando y hacernos pensar cómo reaccionaríamos nosotros mismos frente a un papel con una misiva telepática.

Texto: Damián Serviddio

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