El Ojo de la Luna

Esta secuela comienza tres días después del eclipse que tuvo lugar durante el festival lunar del primer libro, y nos sitúa en el Museo de Arte e Historia de Santa Mondega. En la sala de las momias algo o alguien salió de una de las tumbas y abandonó el edificio no sin antes matar a cada uno de los guardias de seguridad. Este muerto vivo volvió por dos motivos: buscar venganza con los descendientes de aquellos que lo dejaron tanto tiempo encerrado y recuperar la joya que había sido símbolo de su poder en Egipto.
Quienes hayan leído “El libro sin nombre” recordarán el peligro que implicaba ser el portador del ojo de la luna, la gema azul que controla la orbita lunar y tiene la capacidad de sumir a la humanidad en una noche eterna. Ahora el poder maligno reside en manos del lector y un antiguo faraón está al acecho.

Sánchez, Jessica, Dante, Peto, Kacy y todos los sobrevivientes de las masacres del libro anterior están de regreso para una nueva aventura, otra carrera contrarreloj rebosante de sangre, linchamientos y matanzas asquerosas.
El autor, nuevamente anónimo, decidió presentarnos además un enorme flashback de trece capítulos que nos relata los orígenes de Kid Bourbon, el más sangriento de los homicidas de esta horripilante ciudad. En esta sección de la historia sabremos cuál fue su primera victima (imposible de adivinar a priori), cómo descubrió la existencia de vampiros en Santa Mondega, a quién protege con tanta devoción, lo que se oculta tras su gusto desmedido por el alcohol y el motivo de su insaciable sed de venganza.

Ambos libros serían excelente materia prima para filmes de acción al estilo de Robert Rodríguez, lo que coincide con otra cuestión del segmento al que apunta el escritor: el perfil del público al que esta dirigido esta propuesta se traduce en el hecho de que su fan page en Facebook ya cuenta con más de tres mil seguidores. Publicado por Ediciones B, el único punto en contra es la traducción española a cargo de Cristina Martín la cual, plagada de términos tan alejados de los utilizados por nosotros en Argentina, le terminan restando frescura a la lectura.

Reseña: Damián Serviddio

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